LA BANDERA DE JAPÓN
Si tuviera que diagramar mi
vida, la imagen sería cual el rastro de un caballo de ajedrez, que anduvo peregrinando
libre y sin rumbo.
Adelante, atrás, a un lado y a
otro, tantas veces en el tiempo que llenaría un tapiz de giros y líneas sin
final.
Y si un pincel inspirado le
diera color, sobre el fondo verde hierba, pintaría impetuosos espirales de azul mar, transformándose
en el espumarajo blanco de las olas desvaneciéndose en la orilla.
Las curvas bien marcadas con el
rojo del vino y el ámbar del whisky.
Como un torbellino de colores y
múltiples texturas, pintaría los amores
fracasados.
Una hermosa acuarela sin nombre,
identificada por el desorden y la falta de prolijidad.
Como la pluma que pierde el ave en
frenética picada buscando la presa que hace tiempo se escondió, mi vida
desciende hacia el abismo de la soledad.
La magia del amor me embistió. Ése
amor que nos deja sin hambre me ha encontrado.
Maravilloso hechizo capaz de detener el vértigo.
Entonces el artista pinta la
Bandera de Japón y me define.
Sobre la tela cubierta de paz,
resalta en el centro, un enorme circulo rojo que dice “Detente, ha llegado el
momento de interrumpir la carrera. Ahora es tiempo de navegar en las aguas de la felicidad rumbo al sol del oriente, hacia aquel
horizonte donde se renuevan los días”.
Jorge Nocetti Ruiz
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