DON ANSELMO Y RIGOBERTO
Cuando
en el vecindario
ocurre algo que nadie
cree, lo involucran
a Rigoberto.
El camino que une
al pueblo con
la ruta que
va al norte,
pasa por la estación del ferrocarril
y más adelante
por el arroyo
de las ánimas, si la inundación lo permite.
Como
a dos leguas después
de cruzar las vías,
de este lado del
arroyo, está el
almacén de don Anselmo.
Encorvado
por la historia
y con el pelo blanqueado por escarchas
eternas, el anciano
vive solo y él mismo
atiende su almacén de ramos generales, fonda y
hospedaje. Carreros y troperos
que vienen de lejos a
comerciar al pueblo
o a la estación, hacen allí
su parada. Comen, beben y
le buscan la
boca al viejo
que siempre tiene alguna historia fantástica para contar.
Mayormente relatos de las aventuras de su amigo Rigoberto, siempre
entreverado y protagonista en cientos
de bravías
reyertas.
Las
historias pintan al
desconocido Rigoberto como el
matón más despiadado,
con varias muertes
en su haber.
Sus mentas han
trascendido por años
en los pueblos de la zona.
El
tren pasa dos
veces por semana por lo que don
Anselmo siempre tiene algún
cliente.
El
hombre ya no transpira pero sus
camisas llevan sudores
viejos.
No
se le conoce
mal humor, ni bueno tampoco. Camina lento
y dos por
tres revolea el roído trapo de bolsa
que cuelga de
su hombro. Sacude el
polvo de la tosca, espanta las moscas y reniega
con Rigoberto, habla con
él, le pregunta cosas y
a veces hasta lo rezonga
en voz baja.
En
el fondo, donde
nadie lo ve, ahí se despacha y le habla fuerte.
-¡Deberás
bañarte un día de estos
Rigoberto! ¡Ya no te soporto!
Se
han caído varios
calendarios desde la última
vez y como siga la
sequía,
no quiero saber,
ni pensar es bueno.
Está
por venir el turco que vende jabones, vete preparando
porque como
sea te toca baño.
Nadie
ha visto ni
oído al tal Rigoberto. Cuando le preguntan a don Anselmo, solo dice
que es su mejor amigo.
-Es
huraño,
muy feo, lleno de
cicatrices y además,
sucio. Ha peleado
con cuanto forajido se le
cruzó. Llegó un día más muerto
que vivo, venía
huyendo de su peor batalla- Comenta el viejo.
Cuentan
algunos huéspedes que por
la
noche les han revuelto las alforjas,
que les ha
faltado comida. Se han despertado con el mal olor
pero al encender
el candil, el
extraño ser desaparece. Nadie ha
logrado ver al hurgador.
Una
vez, en un bar del
pueblo dos parroquianos discutían sobre Rigoberto. Uno negaba
que existiera, que el mismo viejo
maniático inventaba las historias.
Otro
afirmaba que era
un revolucionario traidor de Aparicio,
que se había hecho
matrero y de cobarde
se escondía.
El
turco llegó con
su alegría y sus jabones.
-No
turco, mi amigo Rigoberto ya no está, lo
enterré ayer, murió
cansado de la vida.
Un
arriero que no corretea majadas, que ya no pelea
ni con las
ovejas, se angustia y muere.
Aquel
viejo perro ya
es historia-.
Jorge Nocetti Ruiz
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