Antenor Da Silva
Castro es el propietario de un taller de
reparaciones y pintura de automóviles.
Erguido con las
manos tomadas detrás de su cuerpo, recorre observando detenidamente y sin
discreción la tarea de cada uno de sus colaboradores.
De avanzada
calvicie para sus treinta y cinco años, lleva con asombrosa agilidad sus noventa
y tres quilos, muchos, tomando en cuenta el casi metro sesenta de estatura.
Un personaje especialista
en cortesía, pero sin perder la oportunidad de hacer notar que él es el patrón
y todo está bajo su estricto control.
Adriana Martínez,
es la esposa del Dr. Alfredo Chambón Vázquez, acaudalado abogado y coleccionista
apasionado de autos europeos de gran porte, usa una coupé BMW color plata.
Antenor ha sido
desde hace años el “embellecedor” de sus coches. Chambón también guarda en el
taller algunas de sus reliquias.
La impecable
prolijidad de las instalaciones refleja la clase de vehículos que allí se
atienden. Haciendo juego, el patrón luce uniforme blanco perfectamente
planchado con camisa de cuello almidonado abierta hasta la mitad. Su regordeta cara bien afeitada y siempre exageradamente
perfumada.
El miércoles cerca
del mediodía y por tercera vez en poco tiempo, la Sra. Adriana trae el BMW para
que le repare otro abollón, siempre con el compromiso de que su esposo no se
entere. Fue en el jardín de su casa según dijo, profundo, feo, difícil se reparar.
Se mostró esta vez muy preocupada.
El Dr. Chambón
Vázquez viajó a Buenos Aires y vuelve a última hora de la tarde. Antenor se comprometió con la Sra. que a las seis y
media a más tardar su auto estaría pronto.
El tiempo no
alcanzaba. “El maldito reloj tomó aceite
de liebre” decía el hombrecillo hablando siempre en voz baja generalmente
acercándose a quien se dirige como implicándole a la conversación cierta
complicidad.
Alentaba con
severidad a sus obreros mostrándoles el ostentoso reloj dorado de esfera negra
en su muñeca izquierda, mientras sacudía la otra mano haciendo deslizar por el
antebrazo una gruesa pulsera de oro y una plaqueta de plata con las iniciales
de su nombre grabadas.
A las dos de la
tarde suena el teléfono en la oficina. Atiende Mariela, la secretaria e
inmediatamente le pasa la llamada al jefe quien contesta en su móvil. Un gesto de preocupación le invade el rostro. -¿Ahora?
-Dijo en voz alta sin poder disimular que la noticia lo había perturbado.
Desde donde se
encontraba al momento de recibir la llamada hasta la oficina, habrán unos veiticinco
metros. Gesticulando aceleró sus pasos
sin percatarse que en la rapidez iba desalineando su vestimenta. Con el brazo izquierdo
sostenía en teléfono mientras intentaba con la otra mano sujetar el pantalón
que al no tener cintura se le iba cayendo. Debido un antiguo accidente laboral
el hombre perdió toda motricidad en su mano derecha.
Los ojos redondos
oscuros cada vez más grandes se refugiaban bajo las abundantes y renegridas
cejas. La piel cobriza de su desnuda y exagerada
cabeza aumentaba el brillo.
Entró raudamente y
se encerró en la vidriada oficina.
Mariela trabajaba
en el taller desde hacía seis años, era la primera en entrar, cuando Antenor
llegaba su café con medias lunas ya estaba pronto. Impresionada por ver a su patrón tan preocupado que giraba
sin parar alrededor del escritorio, no atinó a nada manteniendo su mirada fija
en el picaporte que con el portazo había quedado colgando.
De la amplia
frente del patrón brotaban lágrimas de sudor que se deslizaban en frenética
carrera hasta caer dejando su marca en el almidonado cuello blanco.
Mariela recibe en
su celular la llamada de su novio a quien le comenta con todo detalle lo que
ocurrió desde que la Sra. Adriana entró con su coche abollado. Para su asombro
minutos después él se presenta alarmado con la situación.
-¿Qué pasa Darío, no es tan grave para que te desesperes
de esa forma? ¿Por qué tanta preocupación?
-Mariela sabes que Antenor es mi amigo y es lógico que me desvele por él. ¿Y si le da algo?
Darío Inochentti
además de amigo es su contador y también trabaja en el estudio del Dr. Chambón
donde está toda la contabilidad del taller.
Wilson Molinari,
casado recientemente es la mano derecha de Antenor, quien se ocupaba de la
reparación del BMW, en el momento más delicado de la tarea.
Su esposa había
sido internada con una importante hemorragia. Acababa de perder un embarazo de poco más de dos meses.
Sumida en una crisis de nervios, la joven clamaba por su esposo.
La suegra de
Wilson era quien estaba al teléfono exigiéndole a Antenor que le ordenara a su
yerno se presentara junto a su mujer inmediatamente, porque ésta estaba en
crisis y lo necesitaba.
Antenor comprendía
la situación pero lo indignaba que la suegra de uno de sus colaboradores se
entrometiera en su trabajo y en la relación laboral con su gente. No aceptaba
que ninguna mujer y menos ajena a él le diera esas órdenes. A su propia esposa
le tenía prohibido intervenir en los asuntos del taller. Ella iba fuera del
horario de trabajo a mantener las plantas interiores y el pequeño jardín de la
entrada.
No podía dejar de
comunicarle a su funcionario de lo que ocurría con su mujer, pero por otro lado
pesaba la tarea en la que Wilson estaba ocupado.
Cumplir con la
Sra. del abogado era primordial, nunca
les había fallado y debía hacerle entender a Wilson que no era sólo la
reputación de la casa estaba en juego, sino también su trabajo se vería
afectado porque Chambón y sus familiares eran los principales clientes.
Abruptamente
terminó la conversación. La transpiración aumentaba en el enmarañado bello negro
del pecho. Apretando con su mano hábil, la izquierda, y mirando al techo besaba
un desproporcionado crucifijo que colgaba de una exuberante cadena de oro.
Viéndolo en ese
estado Darío decide entrar para ponerse a las órdenes de su amigo.
-¡No! ¡No! Por favor Darío más problemas no,
por hoy ya tengo, gracias.
-Tranquilo amigo, tranquilo, solo quiero ayudarte, toma,
bebe agua y siéntate. Desahógate que yo te escucho-.
Mariela ansiosa
por saber lo que pasaba también estaba en la oficina. Darío le pidió que los
dejara solos, es más, le dijo que saliera a la calle para tomar un poco de aire
con el pretexto de dejar que Antenor no se inhibiera si quería gritar.
-Yo creo que es mejor que no le digas nada a Wilson,
déjalo que termine su trabajo. Conozco al Dr. Alfredo y la cagada va a ser
grande si se entera, se pudre todo.
Te voy a contar una confidencia sólo a ti por ser mi
amigo, un puterío que te va a gustar y
entonces vas a entender porque me interesa tanto el asunto. Es un secreto que
de saberse nos puede acarrear consecuencias fatales, a todos.
El abollón de la Bemba se lo hice yo hoy de mañana
saliendo de un Motel.
-¡Hijo de puta! ¿Con Adriana?
El comentario le
cambió el semblante y el humor a Antenor.
-Te digo mas, poco después que yo llegó al Estudio el gerente
del Motel pidiendo hablar con el Dr. Chambón, porque sabía de quien era el auto
que le rompió un portón. Parece que el viejo también iba.
-¡Que viejo pillo! No, quédate tranquilo que si o si el
auto queda pronto.
Todo se complicó,
la suegra de Wilson y un hermano de su mujer llegaron al taller.
Les permitió que
se lo dijeran pero Wilson tenía un trabajo importante y su compromiso era
terminarlo así que no se podía retirar hasta acabar. Que mañana no había
problema y se tomara el día.
Wilson se subió a
su moto y se fue si despedirse, solo gritó –Eres
una mierda enano, ¡Ojalá te mueras!
18.25, llega en un
taxi la señora Adriana, el BMW no estaba pronto.
-Me dio su palabra Antenor, ¿Y ahora?
¡Debería matarlo!
El Dr. Chambón no
hizo ningún problema al contrario, se divirtió con los argumentos que inventó
su mujer para excusarse, según comentaba jocosamente cuando vino a buscar el
auto pasado el mediodía del viernes, dando a entender que era más preocupante
lo del muchacho y su esposa.
Antenor intentó
ubicar a Wilson para disculparse. No consiguió comunicarse. Tampoco había venido Mariela en esos dos días.
A media tarde Darío llama por teléfono.
-Se armó cagada hermano y la culpa es tuya. Eres un
maldito traidor, estabas abusando de tu secretaria, mi novia. Te encamabas con
ella desde un principio, buen amigo de mierda sos. Te voy a matar como a una rata. Inmundicia,
¡me las vas a pagar!
El Dr. Chambón volvió
a la hora de cerrar. No entró. Estacionó su auto en la vereda de enfrente y no
bajó hasta cerciorarse que Antenor estuviera solo. Entonces entró al taller y
sin decir palabra con una señal lo hizo ir a la oficina. El asunto era
importante. La actitud del Dr. era todo lo contrario a la de hacía unas horas. Lo
que más llamó la atención de Antenor fue que la señora Adriana se quedara en el
auto.
-Siéntese Antenor para no caerse. No es nada bueno lo que
le voy a decir. Usted está en la ruina amigo, tiene todo embargado y hay orden
de clausura por mora al Estado. Pero si le sirve de consuelo el Estudio perdió en
principio más de medio millón de dólares. Me lo acaba de anunciar el auditor
que desde hace un mes estudia el asunto.
Nuestro amigo el contador se esfumó y nos dejó su suerte.
Antenor no fue a
su casa esa noche. No contestó el teléfono del taller ni su celular. Nadie lo
vio. Consultaron con empleados y amigos y nada. Estaba desaparecido. Wilson
Molinari era el único que sabía como entrar al taller si la puerta principal estaba
cerrada por dentro pero se negó a hacerlo. La señora de Antenor dijo haber
perdido su llave y no pudieron ubicar a la secretaria tampoco.
Finalmente la
policía encontró al hombre muerto en el sillón de su oficina.
El parte policial
decía: “Antenor Da Silva Castro masculino
35 años. Falleció de un tiro de revólver con orificio de entrada en el parietal
derecho. El arma en su mano derecha sobre el escritorio y en su mano
izquierda el teléfono celular con un mensaje de un número desconocido. “MARIELA
BRITOS TIENE SIDA”
La viuda, la Sra.
Alicia, el contador, Mariela y Wilson presentaron excelentes coartadas aunque
se acusaron mutuamente.
Suicidio sentenció
la jueza y así se cerró el expediente
sobre la muerte de Antenor Da Silva Castro
Jorge
Nocetti Ruiz