miércoles, 17 de julio de 2013

LA MUERTE DE ANTENOR DA SILVA CASTRO




Antenor Da Silva Castro es el propietario  de un taller de reparaciones y pintura de automóviles.
Erguido con las manos tomadas detrás de su cuerpo, recorre observando detenidamente y sin discreción la tarea de cada uno de sus colaboradores.
De avanzada calvicie para sus treinta y cinco años, lleva con asombrosa agilidad sus noventa y tres quilos, muchos, tomando en cuenta el casi metro sesenta de estatura.
Un personaje especialista en cortesía, pero sin perder la oportunidad de hacer notar que él es el patrón y todo está bajo su estricto control.
Adriana Martínez, es la esposa del Dr. Alfredo Chambón Vázquez, acaudalado abogado y coleccionista apasionado de autos europeos de gran porte, usa una coupé BMW color plata.
Antenor ha sido desde hace años el “embellecedor” de sus coches. Chambón también guarda en el taller algunas de sus reliquias.
La impecable prolijidad de las instalaciones refleja la clase de vehículos que allí se atienden. Haciendo juego, el patrón luce uniforme blanco perfectamente planchado con camisa de cuello almidonado abierta hasta la mitad. Su  regordeta cara bien afeitada y siempre exageradamente perfumada.

El miércoles cerca del mediodía y por tercera vez en poco tiempo, la Sra. Adriana trae el BMW para que le repare otro abollón, siempre con el compromiso de que su esposo no se entere. Fue en el jardín de su casa según dijo, profundo, feo, difícil se reparar. Se  mostró esta vez muy preocupada.
El Dr. Chambón Vázquez viajó a Buenos Aires y vuelve a última hora de la tarde. Antenor  se comprometió con la Sra. que a las seis y media a más tardar su auto estaría pronto.
El tiempo no alcanzaba. “El maldito reloj tomó aceite de liebre” decía el hombrecillo hablando siempre en voz baja generalmente acercándose a quien se dirige como implicándole a la conversación cierta complicidad.
Alentaba con severidad a sus obreros mostrándoles el ostentoso reloj dorado de esfera negra en su muñeca izquierda, mientras sacudía la otra mano haciendo deslizar por el antebrazo una gruesa pulsera de oro y una plaqueta de plata con las iniciales de su nombre grabadas.
A las dos de la tarde suena el teléfono en la oficina. Atiende Mariela, la secretaria e inmediatamente le pasa la llamada al jefe quien contesta en su móvil. Un  gesto de preocupación le invade el rostro. -¿Ahora? -Dijo en voz alta sin poder disimular que la noticia lo había perturbado.
Desde donde se encontraba al momento de recibir la llamada hasta la oficina, habrán unos veiticinco metros. Gesticulando  aceleró sus pasos sin percatarse que en la rapidez iba desalineando su vestimenta. Con el brazo izquierdo sostenía en teléfono mientras intentaba con la otra mano sujetar el pantalón que al no tener cintura se le iba cayendo. Debido un antiguo accidente laboral el hombre perdió toda motricidad en su mano derecha.
Los ojos redondos oscuros cada vez más grandes se refugiaban bajo las abundantes y renegridas cejas. La piel cobriza de su desnuda y  exagerada cabeza aumentaba el brillo.
Entró raudamente y se encerró en la vidriada oficina.

Mariela trabajaba en el taller desde hacía seis años, era la primera en entrar, cuando Antenor llegaba su café con medias lunas ya estaba pronto. Impresionada  por ver a su patrón tan preocupado que giraba sin parar alrededor del escritorio, no atinó a nada manteniendo su mirada fija en el picaporte que con el portazo había quedado colgando.
De la amplia frente del patrón brotaban lágrimas de sudor que se deslizaban en frenética carrera hasta caer dejando su marca en el almidonado cuello blanco.

Mariela recibe en su celular la llamada de su novio a quien le comenta con todo detalle lo que ocurrió desde que la Sra. Adriana entró con su coche abollado. Para su asombro minutos después él se presenta alarmado con la situación.

-¿Qué pasa Darío, no es tan grave para que te desesperes de esa forma? ¿Por qué tanta preocupación?

-Mariela sabes que Antenor es mi amigo y es lógico  que me desvele por él. ¿Y si le da algo?

Darío Inochentti además de amigo es su contador y también trabaja en el estudio del Dr. Chambón donde está toda la contabilidad del taller.

Wilson Molinari, casado recientemente es la mano derecha de Antenor, quien se ocupaba de la reparación del BMW, en el momento más delicado de la tarea.
Su esposa había sido internada con una importante hemorragia. Acababa  de perder un embarazo de poco más de dos meses. Sumida en una crisis de nervios, la joven clamaba por su esposo.
La suegra de Wilson era quien estaba al teléfono exigiéndole a Antenor que le ordenara a su yerno se presentara junto a su mujer inmediatamente, porque ésta estaba en crisis y lo necesitaba.
Antenor comprendía la situación pero lo indignaba que la suegra de uno de sus colaboradores se entrometiera en su trabajo y en la relación laboral con su gente. No aceptaba que ninguna mujer y menos ajena a él le diera esas órdenes. A su propia esposa le tenía prohibido intervenir en los asuntos del taller. Ella iba fuera del horario de trabajo a mantener las plantas interiores y el pequeño jardín de la entrada.
No podía dejar de comunicarle a su funcionario de lo que ocurría con su mujer, pero por otro lado pesaba la tarea en la que Wilson estaba ocupado.
Cumplir con la Sra. del abogado era primordial, nunca  les había fallado y debía hacerle entender a Wilson que no era sólo la reputación de la casa estaba en juego, sino también su trabajo se vería afectado porque Chambón y sus familiares eran los principales clientes.
Abruptamente terminó la conversación. La transpiración aumentaba en el enmarañado bello negro del pecho. Apretando con su mano hábil, la izquierda, y mirando al techo besaba un desproporcionado crucifijo que colgaba de una exuberante cadena de oro.
Viéndolo en ese estado Darío decide entrar para ponerse a las órdenes de su amigo.

-¡No! ¡No! Por favor Darío más problemas no, por hoy ya tengo, gracias.

-Tranquilo amigo, tranquilo, solo quiero ayudarte, toma, bebe agua y siéntate. Desahógate que yo te escucho-.

Mariela ansiosa por saber lo que pasaba también estaba en la oficina. Darío le pidió que los dejara solos, es más, le dijo que saliera a la calle para tomar un poco de aire con el pretexto de dejar que Antenor no se inhibiera si quería gritar.

-Yo creo que es mejor que no le digas nada a Wilson, déjalo que termine su trabajo. Conozco al Dr. Alfredo y la cagada va a ser grande si se entera, se pudre todo.
Te voy a contar una confidencia sólo a ti por ser mi amigo,  un puterío que te va a gustar y entonces vas a entender porque me interesa tanto el asunto. Es un secreto que de saberse nos puede acarrear consecuencias fatales, a todos.
El abollón de la Bemba se lo hice yo hoy de mañana saliendo de un Motel.

-¡Hijo de puta! ¿Con Adriana?

El comentario le cambió el semblante y el humor a Antenor.

-Te digo mas, poco después que yo llegó al Estudio el gerente del Motel pidiendo hablar con el Dr. Chambón, porque sabía de quien era el auto que le rompió un portón. Parece que el viejo también iba.

-¡Que viejo pillo! No, quédate tranquilo que si o si el auto queda pronto.

Todo se complicó, la suegra de Wilson y un hermano de su mujer llegaron al taller.
Les permitió que se lo dijeran pero Wilson tenía un trabajo importante y su compromiso era terminarlo así que no se podía retirar hasta acabar. Que mañana no había problema y se tomara el día.
Wilson se subió a su moto y se fue si despedirse, solo gritó –Eres una mierda enano, ¡Ojalá te mueras!

18.25, llega en un taxi la señora Adriana, el BMW no estaba pronto.

-Me dio su palabra Antenor, ¿Y ahora? ¡Debería matarlo!

El Dr. Chambón no hizo ningún problema al contrario, se divirtió con los argumentos que inventó su mujer para excusarse, según comentaba jocosamente cuando vino a buscar el auto pasado el mediodía del viernes, dando a entender que era más preocupante lo del muchacho y su esposa.
Antenor intentó ubicar a Wilson para disculparse. No consiguió comunicarse.  Tampoco había venido Mariela en esos dos días.
 A media tarde Darío llama por teléfono.

-Se armó cagada hermano y la culpa es tuya. Eres un maldito traidor, estabas abusando de tu secretaria, mi novia. Te encamabas con ella desde un principio, buen amigo de mierda sos.  Te voy a matar como a una rata. Inmundicia, ¡me las vas a pagar!

El Dr. Chambón volvió a la hora de cerrar. No entró. Estacionó su auto en la vereda de enfrente y no bajó hasta cerciorarse que Antenor estuviera solo. Entonces entró al taller y sin decir palabra con una señal lo hizo ir a la oficina. El asunto era importante. La actitud del Dr. era todo lo contrario a la de hacía unas horas. Lo que más llamó la atención de Antenor fue que la señora Adriana se quedara en el auto.

-Siéntese Antenor para no caerse. No es nada bueno lo que le voy a decir. Usted está en la ruina amigo, tiene todo embargado y hay orden de clausura por mora al Estado. Pero si le sirve de consuelo el Estudio perdió en principio más de medio millón de dólares. Me lo acaba de anunciar el auditor que desde hace un mes estudia el asunto.
Nuestro amigo el contador se esfumó y nos dejó su suerte.

Antenor no fue a su casa esa noche. No contestó el teléfono del taller ni su celular. Nadie lo vio. Consultaron con empleados y amigos y nada. Estaba desaparecido. Wilson Molinari era el único que sabía como entrar al taller si la puerta principal estaba cerrada por dentro pero se negó a hacerlo. La señora de Antenor dijo haber perdido su llave y no pudieron ubicar a la secretaria tampoco.
Finalmente la policía encontró al hombre muerto en el sillón de su oficina.
El parte policial decía: “Antenor Da Silva Castro masculino 35 años. Falleció de un tiro de revólver con orificio de entrada en el parietal derecho. El arma en su mano derecha sobre el escritorio y en su mano izquierda el teléfono celular con un mensaje de un número desconocido. “MARIELA BRITOS TIENE SIDA”

La viuda, la Sra. Alicia, el contador, Mariela y Wilson presentaron excelentes coartadas aunque se acusaron mutuamente.

Suicidio sentenció la jueza y así se cerró el expediente  sobre la muerte de Antenor Da Silva Castro






                                                                                                          Jorge Nocetti Ruiz

lunes, 8 de julio de 2013

LA OPORTUNIDAD



LA OPORTUNIDAD

-Buen  día  Gustavo,  ¿Cómo  estás?  Quería  verte  para…

-Roberto,  querido,  volviste,  tengo  que  contarte  la  última.  El  sábado  por  la mañana  fuimos  a  la  playa  con  Isabel,  dos  días  y  dos  noches  a   puro  sexo.  ¿La  recordás  verdad?  Tenés  que  verla,  está  entusiasmadísima  y  yo  ni  te  cuento.
¿Qué  pasa?,  te  quedás  ahí,  mirándome  sin  decir  nada.  ¿Acaso  no  crés  que es  lo  mejor  que  me  pueda  haber  pasado?

Nada… no… nada… es  que  me  sorprendiste,  no  sé,  ¡Felicidades!  Supongo que  es  lo  que  debo  decir,  me  alegro.  Enhorabuena,   ¡Felicitaciones!.

-Gracias amigo, supe que te alegrarías con lo nuestro, ¿Te gustó verdad?
No creas que fue una decisión fácil. Te cuento que hasta hicimos planes…

-¡Pará!  ¡Pará!  Por  favor  Gustavo,  no  sigas.  No  me  siento  bien,  he  dormido  poco  en  los  últimos  días.  Disculpa  pero  no  te  estoy  prestando  la atención  que  merecés,   por  favor,  discúlpame-.

Roberto  regresaba  después  de  andar  solo  durante  una  semana.  Su  amante lo  enloqueció  al  punto  de  hacerle  pensar  en  dejar  a  su  esposa.  El  amigo  a  quien pensaba  contarle  “estaba  en  otra”.
Caminó  sin  rumbo  mientras  crecían  las  sombras  en  la  ciudad.  Se  subió  a un  trole-bus  y  fue  a  parar  a  la  Aduana.  Horas  después  cerca  del  Puerto  entró  a un  bar,   donde  los  marineros  se  abastecían  de  amor.  Las  mujeres  hacían  su negocio  con  los  hombres  hambrientos  de  sexo.
No  había  probado  el  alcohol  en  casi  treinta  años.  Era  el  momento  de saber  si  en  verdad  el  whisky  ahogaba  las  penas.
Tomó  uno,  dos,  tres…

-¡Qué  miran!-  Roberto  le  estaba  hablando  en  voz  alta  a  los  vasos  que tenía  enfrente.  -¡Cobarde,  traidor!  Mentiroso.  Al  mejor  amigo…-.

-¿Me  permite  que  lo  acompañe  mozo?-

Compadeciéndose  del  joven  que  sin  control  se  emborrachaba,  el  grandulón se  acercó  y  puso  en  la  mesa  dos  vasos  con  whisky,  uno  frente  al  otro  mientras masticaba  un  pucho  apagado  de  tabaco  Puritano  y  lo  paseaba  con  su  lengua  por la  boca;  entonces  volvió  a  preguntarle.

-¿Lo  puedo  escoltar  compañero?  Veo  que  su  bote  soltó  amarras-  Dijo  el  moreno  con  pelo  de  escarcha  y  barba  blanca,  menos  bigote  y  barbilla  teñidos  de tabaco.
Curtido  en  miles  de  tempestades  alcohólicas,  el  corazón  del  negro  se  torna  patrón  y  consejero.

-No  creas  que  es  cagón  el  que  esconde  una  verdad  muchacho.  Parece fácil,  pero  hay  que  tener  los  huevos  bien  puestos  para  mentir  y  muy  valiente para  joder  a  un  amigo  de  verdad.  Mejor  guarda  contigo  la  traición  y  déjalo  que sea  feliz-.

El  mozo  de  la  taberna  “Las  Delicias”  no  pudo  advertirle  al  nuevo parroquiano  del  acecho  del  viejo  tiburón.  –El  moreno  halló  carne  fresca  y  fácil-, le  comentó  al  cantinero.

Apoyándose  en  la  mesa,  ayudó  a  sus  puntales  derruidos  por  los  años  a levantar  de  la  silla  el  viejo  casco  de  lapacho,  de  mas  de  cien  quilos.  El  vaso  no llevaba  hielo  y  lo  bebió  de  una  sola  empinada.

-Eres  muy  joven  botija,  anda  bebe  que  te  voy  a  acompañar  a  casa,  antes que  el  alcohol  te  lleve.  Ése  no  es  buen  amigo,  no  va  donde  tú  quieres,  sólo acompaña  y  no  le  importa  donde  te  deja  tirado-.

-¿Acaso  usted  es  mayor  que  yo?-

-Ja,  ja,  Si,  cargo  con  muchos  años  para  un  solo  negro,  también  incontables  litros  curativos  más  que  ese  par  de  copitas  tuyas-.

El  viejo  marino  acompañó  a  su  amigo  adoptivo  hasta  sentarse  en  el  muro que  da  al  mar  donde  las  olas  golpean  dejando  la  broza.  De  a  poco  emergían  de la  penumbra   las  siluetas  de  los  barcos  en  la  bahía.  El  aire  los  atropelló  con  un nauseabundo  olor  a   pescado  y  combustible  rancio.  El  desorientado  vomitó  y largó  el  llanto.
El  moreno  le  acariciaba  la  espalda.  Los  jóvenes  ebrios  desahuciados  de  la vida  eran  su  debilidad.  Siempre  lo  excitaron.
    
-Lanza  muchacho,  los  valientes  lloran  cuando  pierden  y  eso  les  da  coraje. Anda,  despacha  ese  entripado-.
                     
-¿Hasta  cuándo  guarda  sus  lágrimas  un  valiente  mentiroso?.
Me  enganché  con  una  mina  hace  tres  años,  me  cagó  con  su  profesor  de literatura  y  se  fue.  Me  casé  para  olvidarla.  Trabajaba  en  la  misma  Editorial   que yo.
Hace  un  mes  volvió.  Luego  de  abandonarme  se  hizo  un  aborto  porque  no quería   arruinar  su  vida  con  un  hijo  y  además  no  sabía  a  quién  cargarle  el  fardo.  Me  dijo  también  que  no  se  envolvería  con  nadie  hasta  que  hallara  un  gil que  la  bancara.
Hasta  hace  diez  días  nos  revolcamos  hasta  quedar  sin  aliento,  es completita  en  la  cama  la  muy  putita.  Se  me  había  vuelto  a  volar  la  pajarera  y me  alejé  para  pensar.
Me  fui  de  viaje  por  una  semana  y  cuando  volví  decidido  a  quedarme  con ella,  mi  mejor  amigo  me  da  la  buena  nueva,  se  enamoró  de  la  mismísima  puta  y  se  quiere  casar.  ¡Está  feliz  el  desgraciado!-

-Ven  conmigo  muchacho-.   Abrazando  al  mareado  y  ayudándolo  a  caminar,  lo  convenció  de  que  no  estaba  en  condiciones  de  ir  a  ninguna  parte, salvo  a  su  pieza  donde  lo  acostaría  para  que  se  recuperara.
El  sol  del  medio  día  despertó  a  Roberto  en  una  cama  extraña,  sin  memoria,  con el  alma  y  el  cuerpo  adoloridos

Jorge Nocetti Ruiz