NUDO DE
AMORES
Cuarenta años sin saber nada de
ella. Estaba tan ansioso por verla
que casi no dormí. Hacía
tiempo que no me cortaba la cara
afeitándome. ¿Cómo estará?,
pensé.
Por nada no
choqué, me pasé
la luz roja. Me
preocupaba descolgar los retratos de las
paredes del Estudio, viejas fotos del Colegio
y de la Facultad; en todas aparece Eva Hoffman a mi lado. Hasta
conservo una de aquel maldito
avión de PAN-AM que pensé se
la había llevado para siempre. También quería esconder el cuadro del
Sagrado Corazón de Jesús y
el crucifijo.
Ella quería convertirse en juez, era
muy capaz, no
como yo que llegué a
ser abogado luego de
mil tropiezos. Hice todo por
seguirla, aunque mi sueño
siempre fue la arquitectura.
Tampoco llegué a casarme. Nadie logró hacerme sentir lo mismo. Nadie
como Eva.
A las diez
en punto apareció, como lo
había prometido.
-Hola Eva, estás
más linda de
lo que imaginaba... ¿Por qué viniste de uniforme?-
De inmediato cerré la puerta y la abracé, la besé. Se confundieron los perfumes, las preguntas guardadas, la felicidad; y volvió aquel viejo nudo que estrangula el llanto.
De inmediato cerré la puerta y la abracé, la besé. Se confundieron los perfumes, las preguntas guardadas, la felicidad; y volvió aquel viejo nudo que estrangula el llanto.
-Me alegra verte
Arturo. La historia es larga y
tengo poco tiempo,
a las once debo estar en el Aeropuerto para recibir
a dos personas
muy importantes, funcionarios israelíes en misión especial. Estoy a
cargo de su seguridad-.
Sin soltarla de las manos le
pedí que se sentara. Hablábamos al unísono,
tropezando con las palabras.
-Cuando mis padres me
llevaron, me casaron con un joven judío,
militar y atleta.
Al mes murió en Munich, lo mataron los del
“Setiembre Negro”. Ocupé su
lugar en el ejército, revalidé mi título y
desde entonces trabajo para el
Gobierno en misiones diplomáticas, incluso he venido varias veces
a este País-.
-¿Por qué nunca
ni siquiera me llamaste?
¿Por qué ahora?-
-Mi padre falleció en el 2005 y mi madre
el mes pasado.
¿Te acuerdas de mi madre? A
ella le había jurado
no verte mientras
viviera.
Arturo, por favor, acompáñame
y te sigo
contando-.
-Si, claro, voy-.
Nos trasladaron dos hombres de traje oscuro,
en un vehículo
de la embajada de Israel. Al llegar al aeropuerto
nos escoltaron hasta el
salón de arribos. Esperamos un momento
hasta que apareció
una pareja, eran las
personalidades que Eva debía
recibir. Él, un militar con muchas medallas
y ella, una hermosa y elegante
mujer.
Eva se adelantó a su encuentro, yo me quedé atrás.
Los tres se
sonrieron y Eva con un gesto les indicó el camino,
justo hacia donde yo estaba. El estómago me dio un vuelco
cuando se acercaron.
-Ella es Raquel,
arquitecta, él es Abraham, capitán de navío,
son nuestros hijos Arturo.
Jorge Nocetti Ruiz