EL SABOR DEL LLANTO
Redondos, oscuros y brillantes, los condenados al llanto miraban el océano.
Por instinto sentía el latir de sus crías más allá del invisible
horizonte, “ellos están volviendo” pensaba.
Erguida de proa al viento, cerró el abrigo y cubrió su canosa cabellera.
Un nuevo día de ayuno y espera. Hace unos años otra tempestad como esta
devoró a su marido.
Para aquellos pescadores cada sudestada era una revancha.
La madre de uno de los tripulantes del Fortuna se acercó a ella.
-Le traje leche caliente comadre.-
-Te agradezco Corita, voy a intentar tragar algo más que saliva
amarga.-
Ésta señora hizo visera con su mano y recorrió con la vista de un lado
a otro, solo halló la inmensidad, vacía.
-Dijeron los de la prefectura que seguían sin contacto y si aflojaba el
viento saldría el helicóptero. Esperemos que el frío haya espantado a los
tiburones-
-Tranquila, están viniendo. La radio se debe haber descompuesto o
erraron la frecuencia, el Beto es medio turro para eso pero el Fortuna es un buen
barco.-
-Se viene otro chaparrón doña Fátima, vamos, da lo mismo esperar en el
refugio. Sus hijos más chicos están allí.-
-No. Desde éste médano se ve más lejos.-
La lluvia entumecía hasta la virgen del mar que colgaba en su pecho.
Detrás del último nubarrón asomaba tímida una franja de luz augurando
la calma. Entonces comenzó la búsqueda. El celeste del fondo crecía y se
escuchaba el ronquido de las aspas, muy lejos.
Después del mediodía, el silencio creció.
Llegó el aviso, ubicaron la nave sin rumbo. Sin vida.
Un marinero trajo la noticia. -El guardacosta ya salió para el lugar y
seguro que antes de la noche lo traen a puerto.-
Al reparo de la escollera y amarrados entre sí, una decena de pesqueros
hacían guardia de honor al que llegaba de remolque.
Fátima Ríos, madre de tres de los navegantes desaparecidos subió al
puerto. Esperó apretando en una mano la cruz con sus cuentas y en la otra un
minúsculo pañuelo fuertemente anudado.
Llevó los puños a la boca sujetando el grito pero no las lágrimas.
Antes que recostaran al muelle el difunto navío, la mujer gritó -¡Lo
sabía, el chinchorro no está, vamos a rastrear las playas!-
Ya entrada la noche tres millas al este, flotaba el bote de auxilio del
desafortunado barco con los cuerpos de tres de los cinco pescadores.
Endurecidos por la hipotermia pero con vida.
Sus hijos volvieron y Fátima cambió el sabor del llanto.
Jorge
Nocetti Ruiz
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