MÁS DE MIL
El criado de Don Pancho volvía resuelto a encararlo. Perseguido por la duda, no había podido
dormir durante los tres días de
viaje a caballo desde Barranca
Negra, un pueblo escondido
en la frontera norte, guarida-fortín de contrabandistas y fugitivos.
La versión sobre la
muerte de su madre fue siempre
como una espina debajo
de la uña. (Gualberto
creía haber encontrado el rastro de la verdad).
Hasta hace poco se
sabía hijo de
una prostituta del pueblo, quien lo
dejó con el viejo por unos días y nunca volvió.
-A ésa
la desaparecieron los matreros que denunció, la fulana
quiso andar bien con Dios
y con el Diablo y acabó
mal- decía Magdalena, compinche de aquella
y actual matrona del rancho.
Ella se instaló
allí cuando él
tenía alrededor de nueve o
diez años, cuando
empezó a ir a la escuela. Gualberto la recuerda desde que
ella visitaba con frecuencia al patrón
(como lo llamaba) entonces lo mandaban con los
perros al monte en
busca de ramas secas
para el fogón
de la cocina.
Nunca recibió buen trato
de la mujer, “mestizo bastardo” le decía con desprecio.
Desde niño fue
peón y fajinero.
Cuando Don Pancho venía borracho peleaban, él la golpeaba duro, ella
se iba pero al
tiempo volvía. Cuando eso
hacían fiestas, venían mujeres
y hombres, bebían y se revolcaban entreverados hasta el
amanecer. No siempre
terminaban bien, tanto que por
miedo a las riñas entre malevos,
el muchacho se iba a dormir
al monte y no volvía por varios días.
De grande se hizo
arriero y anduvo vagabundo,
pasando miserias entre matreros y delincuentes
de toda calaña,
pero cada tanto
aparecía y se quedaba un tiempito.
Quiso el destino que allá en
el norte, en una pulpería de aquel
pueblo trinchera se encontrara con un personaje de historia sucia. El
Comisario de Barranca Negra se molestó con tanta
pregunta. Hacía veinte
años que estaba refugiado allí escondiéndose
de las venganzas, pero el
hijo de nadie insistía en que sólo quería
saber de su madre.
-Magdalena me contó que
usted la abandonó y por eso ella se
fue a vivir
con nosotros al rancho.-
-Aquella Magdalena, la bataclana
más linda y
la más cara del burdel. Me apasioné como un
pavo estúpido y la vagabunda me delató con
el jefe que
le pagó más.
Después de una paliza prendieron fuego a
mi rancho y
me mandaron a este basurero. ¡Y basta! No te digo más, asunto
cerrado.-
-Le voy
a confesar algo que
nadie sabe.-
-No quiero saber nada de
ésa maldita y menos
del viejo jodedor que te crio.-
-Yo sólo
quería saber la verdad,
¡Señor!-
-¡Te vas
por donde viniste!-
Dijo el comisario
golpeando su revolver
sobre
la mesa.
-Sabé que la única loca preñada
por esos tiempos fue la Magdalena.-
Don Anselmo, el vecino más
cercano lo vio venir, montó y
le salió al
cruce.
-No hay nadie en tu casa muchacho, pasaron muchas cosas
desde que te fuiste.-
-¿Tampoco Magdalena?
-No, la mujer fue la primera en irse, la mataron, nadie supo quién.-
Ambos hombres se apearon.
Don Anselmo se quitó el
sombrero y colocándolo
en su pecho le dijo: -Ahora estás solo;
Don Pancho después que la
enterró me dejó esta
carta para ti
y se marchó
al pueblo con
el facón empuñado en plata y
oro atravesado a la cintura. Fue muy
feo lo que pasó. Parece que entró al
prostíbulo con sangre
en el ojo y sin anunciarse se mandó pal fondo, a la timba, una carnicería fue aquello, terminó degollado e l viejo.-
Gualberto bajó la
cabeza sin responder, guardó la
carta y caminando
junto al caballo siguió su camino.
La carta decía que cavara
debajo de su camastro.
Dentro de una polvorienta caja de
madera carcomida, había un escrito diciendo que Gualberto
Ruiz, hijo de
Magdalena Ruiz, era también hijo suyo
y para él
lo que la caja tenía, monedas
de oro, más
de mil.
Jorge Nocetti Ruiz
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