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Tengo cincuenta y tres,
dos menos que Pablo y
el fantasma de la
menopausia picotea mi pensamiento
cuestionando el después.
Sexualmente ociosa desde hace
tres años, conservo
chispeantes las fantasías
de los cuarenta.
Hasta
llegué a pensar
en otra persona.
Estoy segura que él sueña
con lo mismo. Desde la
última vez, ni
siquiera hablamos del asunto.
Nos casamos divorciados los dos.
Él con sus
vigorosos treinta y cinco
se enamoró y su pasión llega hasta hoy.
Yo
nunca pude sacar
de mi cabeza
el delirio del primer fuego. Aquel maldito
adorable me volvía
loca, pero no
soporté su traición.
De a poco fui
perdiendo el interés
por Pablo y
hacer el amor
con él se
ha transformado en un acto aburrido. El retiro
de mi período
fue la excusa.
Triste, abandoné vanidad y balanza.
Él no se insinúa, está decepcionado y lo entiendo.
Estaba muy excitado aquella noche, lo
vi. El espumante de la fiesta lo
había estimulado. Empezó
despacio, como siempre. Sus manos me recorrían
y los besos
transitaban buscando suspiros. Allí donde antes incendiaban,
entonces provocaron resoplidos de fastidio. Se incorporó. El desencanto no le cabía en la
mirada.
-Hazlo, no me siento
bien- le dije
abriendo las piernas.
-¡Basta! Ya no sabes
que inventar- Dio
un portazo y se fue a la ducha.
Hace un par de meses, recibí una
invitación para unirme
a una red
social por Internet. Ingresé. Cambiando
la cuenta me registré
varias veces, distintos
nombres, otras historias, ambos sexos. Buscaba
en el juego
el coraje para
un encuentro prohibido.
Con la foto de un
hombre que me gustó
de una revista extranjera en la sala de
espera del ginecólogo inventé a Eric,
cincuenta y siete
años, calvo, médico,
buen mozo y una situación sentimental similar a la de Pablo.
Patricia de cincuenta y tres se interesó por Eric. Ella
se
me parecía, tenía mi perfil, con las mismas fantasías. Quince quilos
menos, rostro alegre,
con formidables senos que resaltaba en cada
foto y muchas
ganas de vivir
una aventura.
Acordaron una cita. Sin
prejuicios, solo una vez
se prometieron.
El día que Pablo
tenía que llevar el auto
al servicio a las 9, Patricia y Eric
se encontrarían en un bar, a las 9 y 17.
Contaba con el tiempo
justo para llegar antes
que Patricia y ubicarme en un rincón lejos
del acordado. Me sentía excitada.
Lentes de sol bien grandes
y un sombrero.
La culpa me agobiaba,
la adrenalina subía.
De la tal Patricia
nada.
A las 9 y 25 entró
Pablo al bar.
Supe que buscaba
encontrar a un pelado en
el lugar que él no se animaba a estar.
Jorge Nocetti Ruiz
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