EL CANICHE
Las fantasías
del diminuto personaje eran patrimonio
del bar de Manolo.
Escurridizo
y barullento, Ramón vivía
de ayudas a
los ancianos y pequeños
comerciantes además de repartir el diario
de la noche. En sus recorridas juntaba comentarios creando cuentos que divertían a los parroquianos del boliche. Graciosas como él
y repetidas tantas veces
se convertían en reales
para el vecindario.
“El Caniche” así conocido
por su enrulada
canosa y desprolija
cabellera, deambulaba por el pueblo rastreando ingredientes para inventar
historias.
Cierta vez
le tocó ser
protagonista a la mujer del
Jefe de Policía (un militar de carrera).
El
chisme tenía que ver
con el lunar
que supuestamente solo su
marido o el
médico podrían ver. Según el
cuentero, la peca
rugosa provocaba una comezón
desesperante.
Al parecer la señora habría comentado
su incomodidad en la peluquería de damas, y no faltó una vecina
que sin saber
la ubicación comprometedora de la mancha le recomendara una solución
doméstica, la propiedad curativa de la saliva del perro.
-Deberías
ponerte a la orden Ramón- dijo uno. –Nadie con más
capacidad y coraje- propuso otro. “El
Caniche de Manolo”
es el candidato
para solucionar la picazón a la primera dama de
la autoridad, comentaban en el boliche.
La fábula
se prodigó de manera que al llegar a oídos
del jefe ya
era un hecho
consumado, quien furioso mandó capturar
vivo o muerto al perro traidor.
Así fue
que el bar se convirtió en un escándalo cuando la
razia policial invadió con la intención
de capturar a Ramoncito.
El gracioso cuentista estaba además
sindicado como mensajero
secreto de sediciosos
fugitivos. Según los uniformados, tras el
personaje del chistoso
repartidor a domicilio del “El
Diario” y otras
revistas, había escondido
un peligroso subversivo.
-Permiso
mi coronel, capturaron al perro-
-¿Vivo?-
-Sí señor-
-¡Tráiganlo!-
-Sí señor-
-¿Qué
es esto?-
-Este
es Ramón el “Caniche”, señor.-
-Pensé
que era un maldito perro, pero
veo que es la rata
inmunda de las cloacas-
Después del atropello
armado de aquella
tarde, no se volvieron a escuchar risas en el bar de Manolo, ya no hubo chistes, nadie que los
contara…
Jorge
Nocetti Ruiz
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