EL RESCATE
Junto a la piscina de un hotel
en el Caribe, donde el sol tropical hace verano todo el año, dos individuos sentados
a una mesa comentaban sus viajes. El hombre que estaba de frente a la piscina,
contemplaba con admiración la belleza de la mujer que jugaba en el agua con sus
hijos. El otro comentaba su tragedia.
-Éste es nuestro primer viaje
después del accidente. Ese año fuimos a esquiar al Sur sin saber que allí estaba
el mismísimo infierno.
El hombre pidió otro té helado.
Disfrutaba en medio de aquel calor del panorama del mar a lo lejos, de la
visión de la piscina, de los niños refrescándose, de aquella mujer. “Pobre
hombre” pensaba.
-Por suerte en la última silla
pudimos mandar los niños. Allá arriba quedamos mi esposa, yo y un guía, cuando
la tormenta provocó la avalancha. La nieve se derrumbaba a nuestros pies. El alud se llevó una columna arrastrando el cable
que se afirmaba en la base del refugio.
El hombre no quería ser
desatento con el que desahogaba sus penas, pero su atención estaba en algo
mucho mas interesante en que entretener al tiempo. Se abanicaba con una revista
tratando de disimular que no lo atendía.
-El refugio se derrumbó. Una
viga cayó y le fracturó la pierna a mi mujer, en dos partes. Al día siguiente
la tormenta continuaba y luego de treinta congelantes horas un helicóptero nos
rescató.
La mujer de la piscina agobiada
por el calor, miraba hacia ellos queriendo llamar su atención. El hombre dejó
la revista y se incorporó. En eso ella
llamó –“Roberto” y entonces el otro
recogía del piso un par de muletas y ayudaba a salir del agua a su esposa, que tenía
la pierna amputada.
Jorge Nocetti Ruiz
ONCE MINUTOS PARA PERDONAR
Era viernes y como todos los
días de la semana, Beatriz deja a su esposo en el trabajo y luego continúa al
suyo, a sólo cinco minutos. Ambos entran a las diez pero ella tiene
estacionamiento gratuito. Estaba guardando el auto cuando le suena el celular.
-¿Hola? Beatriz, ¿cómo estás?. Si, mi amor ya se que
recién nos despedimos. Y que cuando me dejaste en la puerta de la oficina
estabas bien lo sé si.
Sólo yo se lo mal que me sentí
cuando prendí la computadora y vi la fecha. Las maldiciones se sintieron desde
la esquina creo. Carlos, que me había bancado toda la perorata de mi algarabía
vanagloriándome con el triunfo de Aguada, no podía entender. -¿Y ahora que te
pasa? Me preguntó desconcertado. –¡No lo puedo creer!- Le dije. –¡Fíjate la
fecha!, es once de octubre. Ayer cumplimos siete años de casados y me olvidé. ¡Qué
papelón! Me o l v i d é y me
fui a la cancha. Es más, lo que es peor, no me acordé en todo el día-.
-Bueno ahora ya está- me dijeron
todos. Porque a esa altura con mis gritos había alborotado a toda la oficina. Bueno
así son las cosas Beatriz no tengo excusas. Me olvidé de nuestro aniversario,
eso es todo. Pero mi amor es tuyo. Yo te amo de verdad, nada más…-
-Terminaste, ahora hablo yo y no
le voy a dar tanta vuelta. Tomé una decisión, ¡Se acabó!, no banco más tus desplantes, bastó
para mí. No voy a entrar en detalles porque no quiero herirte. Tengo treinta y
cinco años y quiero realizarme como mujer, formar una familia, tener hijos
Javier, ¡ser madre!, Javier que el tiempo pasa, la vida evoluciona y nosotros
no. Quiero alejarme un tiempo y tratar de calmar este impulso de terminar con
tigo. No me busques.-
-No estoy de acuerdo. Pero tómate
el tiempo que quieras. Desde que nos arreglamos las decisiones las hemos tomado
juntos. No veo porque ahora has de ser terminante. Pero, tranquila que no voy a
forzar nada. Cálmate por favor, no dramatices las cosas. Te aclaro, estuve mal,
lo sé. No ha sido la primera vez, también lo sé. Si eso es lo que necesitas…Yo
estoy muy seguro de lo que siento. De la confianza que te tengo y lo que vales
para mí.-
-No estoy refiriéndome a la
confianza ni nada de eso. Yo nunca te di motivo, es lógico que confíes y me
valores. Siete años de casados y cuatro
de novios. Cada vez estamos más lejos Javier. Hasta hace un tiempo no te
olvidabas de ninguna fecha, ni siquiera la de mi período menstrual. Ya no te
importo. La rutina nos aplastó. ¿Cuánto hace que no salimos juntos? A no ser a
casa de nuestros padres, salimos cada uno por su lado. Ahora cualquier cosa te
importa mas que yo. No fue un olvido mas, es la prueba de tu desinterés por mi,
por la pareja.-
-Es que apenas llegué me puse a comentar con
Carlos lo de anoche, lo del partido si claro. Me puse eufórico y empecé a
relatarle con todo detalle. Desde cuando Aníbal pasó a buscarme y que tuvimos
que volver porque me había olvidado de la camiseta de Aguada, ¿te acuerdas
verdad? Estabas enojada por el
básquetbol. Hasta refunfuñaste que era más importante que tú, que no se que,
que no se cuanto y algo mas de lo que siempre dices. Es más, hasta le comenté a
Aníbal de la trompa que tenías. Cosa que yo nunca hago, jamás les comento a los
muchachos que a ti no te gusta que vaya a la cancha.-
-Contando lo que pasa entre
nosotros estás buscando justificarte que ya no te importo.-
-Tranquila, no soy de los que ando ventilando intimidades.
Es que anoche estabas distinta que otras veces y ahora lo entiendo. Tú sabes mi
amor lo que significa para mí el deporte. Ser aguatero es un sentimiento inexplicable,
sublime, incontrolable. Aguada para mí es lo máximo.-
-¡No es lo mismo!-
-Yo se que son cosas diferentes.
Tu sabes y no de ahora, que cuando me
conociste yo salía con mis amigos, cosa que ahora he dejado de hacer. Que jugaba
al fútbol de salón y al básquetbol, y
que seguía a Aguada a donde fuera. A muerte, siempre. ¿Te acuerdas el sábado
aquel en que tenías programada la cena en la que iba a conocer a tus padres?. No
fui porque se jugó el partido con Atenas que se había suspendido el día anterior.
Porque había llovido y la cancha aún no estaba techada. ¡Cuántas veces desde
que empezamos con nuestra relación hemos tenido desencuentros! Pero eso es
normal, todo el mundo los tiene. Para mi
no es trascendente si en algún momento te olvidaste de algo que me importaba. Mira,
no lo tomes como un reproche por favor. Pero
sabes cuántas cosas, detalles a los que me he tenido que acostumbrar
conviviendo contigo. ¿Cuántas cosas hago
ahora que nunca hice? Tú ya te
acostumbraste y dejas los calzones en el piso de la bañera. Te los enjuago y
los cuelgo junto con los míos. No me molesta porque eras así cuando te conocí. Tu
madre siempre rezongaba por eso y así lo acepté y así te quiero. Como eres, tal
cual.-
-¡Estás mezclando las cosas! ¡No
involucres a nadie! Lo que pasa o no pasa entre nosotros es nuestro. Yo hablo
de tu desinterés, de tu incumplimiento.¿Cuánto hace que no me deseas? ¿Cuánto
hace que la que busca soy yo?-
-Vamos a entendernos, que tú
tampoco eres “la mujer prodigio”, ni quiero que lo seas. No me gusta la
perfección. Tú como yo somos personas normales, comunes. Con defectos y
virtudes, y nuestros valores están precisamente en saber reconocernos y
aceptarnos tal cual somos.-
-Javier, sigues buscando
justificarte, ahora el desconforme eres tú, Estoy cansada de complacer tus
caprichos. Te jactas de que tus compañeras te provocan, que quieren algo contigo.
¡Yo también! Y no me tocas ¿Pretendes que sea yo la que cambie?-
-No me entiendas mal. No estoy desconforme. No quiero,
no pretendo que cambies nada, está bien así. Si ya nos adaptamos a vivir así,
si hasta ayer estaba todo bien, que yo haya ido al partido anoche no puede
alterar nada. No puede ése hecho hacer cambiar nuestros sentimientos.-
-Nada de lo que te dije cambió
de un día para otro. No reclamo cambios. Pretendo que entiendas que debemos
evolucionar, ya no nos complacemos y es porque nos estancamos, así no podemos
seguir.-
-No quiero cambiar, me niego. Yo
sentado en una sala de cine por más que esté contigo, por mejor película que
fuera, si a la misma hora estuviera jugando Aguada ¡por favor! Si tengo que
empezar a hacer cosas que no quiero para complacerte, sería mentirte. Entonces aparte
de incómodo me sentiría ruin, mezquino. No es así que quiero vivir. Beatriz, no
me gusta mentir ni que me mientan. En eso coincidimos. Compartimos la idea que
la mentira perjudica la pareja. Condena el amor al fracaso. No voy a buscar
ninguna excusa. No pienso pedirte que me perdones porque no considero haber
cometido ninguna falta. No estoy arrepentido, no me siento así. De sentir algún
tipo de culpa o arrepentimiento, me estaría incriminando haberte hecho pasar
mal concientemente y no es cierto. Una mentira auque sea piadosa lo mancharía y no
quiero eso. Así me conociste. Así te enamoraste de mí y así quiero seguir
siendo porque así soy feliz. Humilde y mediocre tal vez, sin grandes sueños,
sin más mérito que el afán de disfrutar la vida.-
-Javier por favor, estoy en el
estacionamiento, tengo que entrar a trabajar.-
-No podemos ni debemos cambiar. Sería como
enamorarnos de una persona y vivir con otra. No sería bueno eso. Podemos evolucionar
y que el tiempo y la convivencia se encarguen de hacer madurar nuestra pareja ¿no
crees? Madurar si, ésa es la clave. Seguro que logramos una convivencia con paz
y amor sin necesidad de cambiar nada. ¿Te
parece?-
-Javier, todo tiene su tiempo y
un límite. Cuando las cosas superan su
tiempo de madurar, se secan. Estoy entrando, ya no puedo hablar mas.-
-Estoy dispuesto a reconocer. A asumir
mi culpa y mi responsabilidad. A corregir mi actitud sin tener que cambiar nada…-
-Javier, vamos a darnos un
tiempo, después hablamos, se me hace tarde.-
-Es que no creo que el camino
sea intentar nada distinto, ni modificar nada.-
-Javier, te prometo que dentro
de unos días te llamo y hablamos.-
-No tenemos que prometernos
cosas. Dejemos que el amor se encargue él sólo. Si es bueno, se nutre, crece. Se
fortalece precisamente sanando estas heridas.
Entonces hasta es bueno que de
vez en cuando estas cosas pasen. Tomemos estos entredichos como pruebas de amor. Está bien
que ocurran. Es más, ahora con éste sacudón acabo de darme cuenta que te quiero
más que ayer, de verdad.-
-¡Chau Javier, chau!-
Beatriz sube al ascensor del
edificio donde trabaja. En el séptimo piso, en la oficina 711 el Dr. Fiterman
espera a su secretaria. El día anterior no estuvo y
el siguiente será feriado por lo
que hoy sería un día de mucho trabajo.
El abogado Enrique Fiterman de 45
años, es también un obsesionado por los deportes, principalmente el tenis. Eso
mantiene físicamente en muy buenas condiciones al morocho canoso de un metro
ochenta. Sus buenos modales y su
especial condescendencia con las mujeres, lo convierte en un confidente natural
para sus empleadas, que son dos, Beatriz y la telefonista.
El ligero maquillaje no
disimulaba el malestar anímico de la rubia secretaria. Entró taconeando y
estirando hacia abajo la corta y angosta falda negra. Forzando una sonrisa saludó a su compañera apoyando la
palma de la mano en su roja boca, tirándole un beso. Adriana atendía el teléfono y le hizo señas a
Beatriz que Enrique la estaba esperando en su oficina.
-Buen día, ¿qué te pasa
muchacha? Estás pálida, ¿qué te preocupa?
¡Ya sé! ¡Felicidades! Es verdad que habías comentado
de tu aniversario. Ahora entiendo esas ojeras.
Con una sonrisa socarrona y
cómplice, Enrique rompía el hielo para dar paso a la charla que explicara el
desánimo de la muchacha.
Al borde de las lágrimas Beatriz
se soltó a hablar; era lo que necesitaba, alguien que la escuchara.
-No justamente nada de eso, si
fuera así estaría radiante.-
-Anda, trae café para los dos y
me cuentas. Hay mucho para hacer hoy pero es mejor que te desahogues. Dile a
Adriana que no me pase llamadas hasta que le avise.
Entre sorbos de café Beatriz se
despachó. Contó de su amargura, su decepción hasta de la determinación de
acabar con el matrimonio. Las lágrimas
comenzaron a brotar.
Enrique la escuchó atentamente.
-¿Conoces el perdón?- dijo -¿Sabes lo que es perdonar y cómo?
Empieza por darle una dimensión,
un valor a tu sufrimiento. Analiza tus
actos, ve si has hecho algo que pueda herir a quien te dañó y compara. Si aún
crees que la herida tuya es mas grave y no te interesa una guerra, entonces haz
algo que equipare tu dolor. Aunque él no se entere, lo que hagas valdrá lo
mismo que tu perdón. Ahí compensas el sufrimiento, te calmas. Entonces el
perdón equilibra las cosas. No lo tomes como una venganza porque no lo es. Lo
haces para defender el amor de la pareja y tu dolor, para equiparar ofensas.
Una vez que tengas tu secreto, te sientes bien y recompensada. Sin hacerle daño
a nadie porque nadie lo va a saber, nunca.-
Enrique estiró sus brazos y le tomó
las manos frías y húmedas.
A Beatriz se le erizaron los
pezones y sintió que se estremecía. Cruzó por su mente que tenía puesta la ropa
interior roja y sensual que había estrenado sin éxito la noche anterior. Recordó
que se depiló especialmente para la diminuta prenda. Un frió le corrió por la espalda y un calor se instaló en su centro.
Sobre el escritorio sellaron placenteramente
un pacto de silencio.
Once minutos bastaron para darle
vida al perdón.
Al final de la tarde, Beatriz fue
a buscar a su marido.
Hoy, once de octubre festejarían como debió pasar
ayer. Pero con la ropa interior ya estrenada.
Jorge
Nocetti Ruiz
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