jueves, 14 de febrero de 2013

ESA DULCE TELARAÑA AZUL

Esa dulce telaraña azul, es un libro compartido por participantes de talleres literarios coordinados por Carmen Galuso, Javier Etchemendi y Alejandro Camino. Editado por Rumbo Editorial en Diciembre de 2010. Tengo el gusto de que en el están publicados dos cuentos de mi autoría.



EL RESCATE



Junto a la piscina de un hotel en el Caribe, donde el sol tropical hace verano todo el año, dos individuos sentados a una mesa comentaban sus viajes. El hombre que estaba de frente a la piscina, contemplaba con admiración la belleza de la mujer que jugaba en el agua con sus hijos. El otro comentaba su tragedia.

-Éste es nuestro primer viaje después del accidente. Ese año fuimos a esquiar al Sur sin saber que allí estaba el mismísimo infierno.

El hombre pidió otro té helado. Disfrutaba en medio de aquel calor del panorama del mar a lo lejos, de la visión de la piscina, de los niños refrescándose, de aquella mujer. “Pobre hombre” pensaba.

-Por suerte en la última silla pudimos mandar los niños. Allá arriba quedamos mi esposa, yo y un guía, cuando la tormenta provocó la avalancha. La nieve se derrumbaba a nuestros pies. El  alud se llevó una columna arrastrando el cable que se afirmaba en la base del refugio.

El hombre no quería ser desatento con el que desahogaba sus penas, pero su atención estaba en algo mucho mas interesante en que entretener al tiempo. Se abanicaba con una revista tratando de disimular que no lo atendía.

-El refugio se derrumbó. Una viga cayó y le fracturó la pierna a mi mujer, en dos partes. Al día siguiente la tormenta continuaba y luego de treinta congelantes horas un helicóptero nos rescató.

La mujer de la piscina agobiada por el calor, miraba hacia ellos queriendo llamar su atención. El hombre dejó la revista y se incorporó.  En eso ella llamó –“Roberto” y  entonces el otro recogía del piso un par de muletas y ayudaba a salir del agua a su esposa, que tenía la pierna amputada.


Jorge Nocetti Ruiz


ONCE MINUTOS PARA PERDONAR

           
Era viernes y como todos los días de la semana, Beatriz deja a su esposo en el trabajo y luego continúa al suyo, a sólo cinco minutos. Ambos entran a las diez pero ella tiene estacionamiento gratuito. Estaba guardando el auto cuando le suena el celular.

-¿Hola?  Beatriz, ¿cómo estás?. Si, mi amor ya se que recién nos despedimos. Y que cuando me dejaste en la puerta de la oficina estabas bien lo sé si.
Sólo yo se lo mal que me sentí cuando prendí la computadora y vi la fecha. Las maldiciones se sintieron desde la esquina creo. Carlos, que me había bancado toda la perorata de mi algarabía vanagloriándome con el triunfo de Aguada, no podía entender. -¿Y ahora que te pasa? Me preguntó desconcertado. –¡No lo puedo creer!- Le dije. –¡Fíjate la fecha!, es once de octubre. Ayer cumplimos siete años de casados y me olvidé. ¡Qué papelón! Me  o l v i d é   y me fui a la cancha. Es más, lo que es peor, no me acordé en todo el día-.
-Bueno ahora ya está- me dijeron todos. Porque a esa altura con mis gritos había alborotado a toda la oficina. Bueno así son las cosas Beatriz no tengo excusas. Me olvidé de nuestro aniversario, eso es todo. Pero mi amor es tuyo. Yo te amo de verdad, nada más…-

-Terminaste, ahora hablo yo y no le voy a dar tanta vuelta. Tomé una decisión,  ¡Se acabó!, no banco más tus desplantes, bastó para mí. No voy a entrar en detalles porque no quiero herirte. Tengo treinta y cinco años y quiero realizarme como mujer, formar una familia, tener hijos Javier, ¡ser madre!, Javier que el tiempo pasa, la vida evoluciona y nosotros no. Quiero alejarme un tiempo y tratar de calmar este impulso de terminar con tigo. No me busques.-

-No estoy de acuerdo. Pero tómate el tiempo que quieras. Desde que nos arreglamos las decisiones las hemos tomado juntos. No veo porque ahora has de ser terminante. Pero, tranquila que no voy a forzar nada. Cálmate por favor, no dramatices las cosas. Te aclaro, estuve mal, lo sé. No ha sido la primera vez, también lo sé. Si eso es lo que necesitas…Yo estoy muy seguro de lo que siento. De la confianza que te tengo y lo que vales para mí.-

-No estoy refiriéndome a la confianza ni nada de eso. Yo nunca te di motivo, es lógico que confíes y me valores.  Siete años de casados y cuatro de novios. Cada vez estamos más lejos Javier. Hasta hace un tiempo no te olvidabas de ninguna fecha, ni siquiera la de mi período menstrual. Ya no te importo. La rutina nos aplastó. ¿Cuánto hace que no salimos juntos? A no ser a casa de nuestros padres, salimos cada uno por su lado. Ahora cualquier cosa te importa mas que yo. No fue un olvido mas, es la prueba de tu desinterés por mi, por la pareja.-

-Es  que apenas llegué me puse a comentar con Carlos lo de anoche, lo del partido si claro. Me puse eufórico y empecé a relatarle con todo detalle. Desde cuando Aníbal pasó a buscarme y que tuvimos que volver porque me había olvidado de la camiseta de Aguada, ¿te acuerdas verdad? Estabas enojada  por el básquetbol. Hasta refunfuñaste que era más importante que tú, que no se que, que no se cuanto y algo mas de lo que siempre dices. Es más, hasta le comenté a Aníbal de la trompa que tenías. Cosa que yo nunca hago, jamás les comento a los muchachos que a ti no te gusta que vaya a la cancha.-

-Contando lo que pasa entre nosotros estás buscando justificarte que ya no te importo.-

-Tranquila,  no soy de los que ando ventilando intimidades. Es que anoche estabas distinta que otras veces y ahora lo entiendo. Tú sabes mi amor lo que significa para mí el deporte. Ser aguatero es un sentimiento inexplicable, sublime, incontrolable. Aguada para mí es lo máximo.-

-¡No es lo mismo!-

-Yo se que son cosas diferentes. Tu  sabes y no de ahora, que cuando me conociste yo salía con mis amigos, cosa que ahora he dejado de hacer. Que jugaba al fútbol de salón  y al básquetbol, y que seguía a Aguada a donde fuera. A muerte, siempre. ¿Te acuerdas el sábado aquel en que tenías programada la cena en la que iba a conocer a tus padres?. No fui porque se jugó el partido con Atenas que se había suspendido el día anterior. Porque había llovido y la cancha aún no estaba techada. ¡Cuántas veces desde que empezamos con nuestra relación hemos tenido desencuentros! Pero eso es normal, todo el mundo los tiene. Para  mi no es trascendente si en algún momento te olvidaste de algo que me importaba. Mira, no lo tomes como un reproche por favor.  Pero sabes cuántas cosas, detalles a los que me he tenido que acostumbrar conviviendo contigo.  ¿Cuántas cosas hago ahora que nunca hice?  Tú ya te acostumbraste y dejas los calzones en el piso de la bañera. Te los enjuago y los cuelgo junto con los míos. No me molesta porque eras así cuando te conocí. Tu madre siempre rezongaba por eso y así lo acepté y así te quiero. Como eres, tal cual.-

-¡Estás mezclando las cosas! ¡No involucres a nadie! Lo que pasa o no pasa entre nosotros es nuestro. Yo hablo de tu desinterés, de tu incumplimiento.¿Cuánto hace que no me deseas? ¿Cuánto hace que la que busca soy yo?-

-Vamos a entendernos, que tú tampoco eres “la mujer prodigio”, ni quiero que lo seas. No me gusta la perfección. Tú como yo somos personas normales, comunes. Con defectos y virtudes, y nuestros valores están precisamente en saber reconocernos y aceptarnos tal cual somos.-

-Javier, sigues buscando justificarte, ahora el desconforme eres tú, Estoy cansada de complacer tus caprichos. Te jactas de que tus compañeras te provocan, que quieren algo contigo. ¡Yo también! Y no me tocas ¿Pretendes que sea yo la que cambie?-

-No  me entiendas mal. No estoy desconforme. No quiero, no pretendo que cambies nada, está bien así. Si ya nos adaptamos a vivir así, si hasta ayer estaba todo bien, que yo haya ido al partido anoche no puede alterar nada. No puede ése hecho hacer cambiar nuestros sentimientos.-

-Nada de lo que te dije cambió de un día para otro. No reclamo cambios. Pretendo que entiendas que debemos evolucionar, ya no nos complacemos y es porque nos estancamos, así no podemos seguir.-

-No quiero cambiar, me niego. Yo sentado en una sala de cine por más que esté contigo, por mejor película que fuera, si a la misma hora estuviera jugando Aguada ¡por favor! Si tengo que empezar a hacer cosas que no quiero para complacerte, sería mentirte. Entonces aparte de incómodo me sentiría ruin, mezquino. No es así que quiero vivir. Beatriz, no me gusta mentir ni que me mientan. En eso coincidimos. Compartimos la idea que la mentira perjudica la pareja. Condena el amor al fracaso. No voy a buscar ninguna excusa. No pienso pedirte que me perdones porque no considero haber cometido ninguna falta. No estoy arrepentido, no me siento así. De sentir algún tipo de culpa o arrepentimiento, me estaría incriminando haberte hecho pasar mal concientemente y no es cierto. Una  mentira auque sea piadosa lo mancharía y no quiero eso. Así me conociste. Así te enamoraste de mí y así quiero seguir siendo porque así soy feliz. Humilde y mediocre tal vez, sin grandes sueños, sin más mérito que el afán de disfrutar la vida.-

-Javier por favor, estoy en el estacionamiento, tengo que entrar a trabajar.-

-No  podemos ni debemos cambiar. Sería como enamorarnos de una persona y vivir con otra. No sería bueno eso. Podemos evolucionar y que el tiempo y la convivencia se encarguen de hacer madurar nuestra pareja ¿no crees? Madurar si, ésa es la clave. Seguro que logramos una convivencia con paz y amor sin necesidad de cambiar nada.  ¿Te parece?-

-Javier, todo tiene su tiempo y un límite. Cuando  las cosas superan su tiempo de madurar, se secan. Estoy entrando, ya no puedo hablar mas.-

-Estoy dispuesto a reconocer. A asumir mi culpa y mi responsabilidad. A corregir mi actitud sin tener que cambiar nada…-
   
-Javier, vamos a darnos un tiempo, después hablamos, se me hace tarde.-

-Es que no creo que el camino sea intentar nada distinto, ni modificar nada.-

-Javier, te prometo que dentro de unos días te llamo y hablamos.-

-No tenemos que prometernos cosas. Dejemos que el amor se encargue él sólo. Si es bueno, se nutre, crece. Se fortalece precisamente sanando estas heridas.
Entonces hasta es bueno que de vez en cuando estas cosas pasen. Tomemos  estos entredichos como pruebas de amor. Está bien que ocurran. Es más, ahora con éste sacudón acabo de darme cuenta que te quiero más que ayer, de verdad.-

-¡Chau Javier, chau!-

Beatriz sube al ascensor del edificio donde trabaja. En el séptimo piso, en la oficina 711 el Dr. Fiterman espera a su secretaria. El día anterior no estuvo  y  el  siguiente será feriado por lo que hoy sería un día de mucho trabajo.
El abogado Enrique Fiterman de 45 años, es también un obsesionado por los deportes, principalmente el tenis. Eso mantiene físicamente en muy buenas condiciones al morocho canoso de un metro ochenta. Sus  buenos modales y su especial condescendencia con las mujeres, lo convierte en un confidente natural para sus empleadas, que son dos, Beatriz y la telefonista.
El ligero maquillaje no disimulaba el malestar anímico de la rubia secretaria. Entró taconeando y estirando hacia abajo la corta y angosta falda negra. Forzando  una sonrisa saludó a su compañera apoyando la palma de la mano en su roja boca, tirándole un beso.  Adriana atendía el teléfono y le hizo señas a Beatriz que Enrique la estaba esperando en su oficina.

-Buen día, ¿qué te pasa muchacha? Estás pálida, ¿qué te preocupa?
¡Ya sé!  ¡Felicidades! Es verdad que habías comentado de tu aniversario. Ahora entiendo esas ojeras.

Con una sonrisa socarrona y cómplice, Enrique rompía el hielo para dar paso a la charla que explicara el desánimo de la muchacha.
Al borde de las lágrimas Beatriz se soltó a hablar; era lo que necesitaba, alguien que la escuchara.

-No justamente nada de eso, si fuera así estaría radiante.-

-Anda, trae café para los dos y me cuentas. Hay mucho para hacer hoy pero es mejor que te desahogues. Dile a Adriana que no me pase llamadas hasta que le avise.

Entre sorbos de café Beatriz se despachó. Contó de su amargura, su decepción hasta de la determinación de acabar con el matrimonio.  Las lágrimas comenzaron a brotar.
Enrique la escuchó atentamente.

-¿Conoces el perdón?- dijo  -¿Sabes lo que es perdonar y cómo?
Empieza por darle una dimensión, un valor a tu sufrimiento. Analiza  tus actos, ve si has hecho algo que pueda herir a quien te dañó y compara. Si aún crees que la herida tuya es mas grave y no te interesa una guerra, entonces haz algo que equipare tu dolor. Aunque él no se entere, lo que hagas valdrá lo mismo que tu perdón. Ahí compensas el sufrimiento, te calmas. Entonces el perdón equilibra las cosas. No lo tomes como una venganza porque no lo es. Lo haces para defender el amor de la pareja y tu dolor, para equiparar ofensas. Una vez que tengas tu secreto, te sientes bien y recompensada. Sin hacerle daño a nadie porque nadie lo va a saber, nunca.-

Enrique estiró sus brazos y le tomó las manos frías y húmedas.
A Beatriz se le erizaron los pezones y sintió que se estremecía. Cruzó por su mente que tenía puesta la ropa interior roja y sensual que había estrenado sin éxito la noche anterior. Recordó que se depiló especialmente para la diminuta prenda. Un  frió le corrió por  la espalda y un calor se instaló en su centro.
Sobre el escritorio sellaron placenteramente un pacto de silencio.
Once minutos bastaron para darle vida al perdón.

Al final de la tarde, Beatriz fue a buscar a su marido.
Hoy,  once de octubre festejarían como debió pasar ayer. Pero con la ropa interior ya estrenada.



Jorge  Nocetti Ruiz



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